Ayudando a los niños a crecer desde el interior
- Aya Lev
- 3 jul
- 4 Min. de lectura
Fomentando el desarrollo personal a través de la reflexión lúdica y la motivación interior
Repensando el crecimiento en un mundo competitivo
En el mundo en el que muchos crecimos, el valor a menudo se medía comparándonos — quién corría más rápido, quién sacaba mejor nota, quién se comportaba mejor. Aprendimos a vernos a través de los ojos de los demás, buscando aprobación y pertenencia siendo “mejores que”. Esta mentalidad, arraigada en nuestra cultura moderna, se refleja naturalmente en cómo los niños interactúan y juegan. A menudo la escuchamos en sus conversaciones: “Soy más listo que tú”, “Puedo hacerlo mejor”. Les sale tan natural porque refleja el mundo que todos hemos heredado.
Pero, ¿y si pudiéramos ofrecer a los niños algo distinto? Una manera de verse a sí mismos no en comparación con otros, sino reflejando su propio camino único. Una forma de medir el progreso no por ganar, sino por crecer.
La chispa: Juegos Olímpicos con un giro
Este cambio comenzó para nosotros durante una semana dedicada a la Antigua Grecia. Inspirados por los Juegos Olímpicos originales, planeamos actividades deportivas — pero con un pequeño cambio: cada niño no competía contra sus compañeros, sino contra sí mismo. El reto era simple — ¿podrían correr un poco más rápido que ayer, saltar un poco más lejos o mejorar su equilibrio?
El efecto fue profundo. Sin la presión de ganar o superar a otros, los niños se centraron en su propio cuerpo, en su progreso y en su satisfacción personal. La alegría no estaba en el premio, sino en intentarlo de nuevo. Esto encendió algo mucho más grande en nosotros. ¿Podríamos llevar este mismo principio a otras áreas de nuestro entorno de aprendizaje?
Convertir las metas en crecimiento lúdico
Sabíamos que, si queríamos apoyar verdaderamente a los niños en desarrollar autoconciencia e inteligencia emocional, el proceso tenía que sentirse como parte natural de su experiencia diaria — no algo abstracto o demasiado adulto. Así que, tras la emoción de la semana de la Antigua Grecia, decidimos integrar la idea del crecimiento personal de manera más intencionada en el ritmo de nuestra vida escolar.
La idea central era sencilla: ¿y si cada niño pudiera trabajar en una meta personal que no tuviera nada que ver con cómo lo hacían los demás, sino todo que ver con quién quería ser?
Comenzamos ayudando a cada niño a establecer una meta significativa y personal — algo que quisieran mejorar, practicar o simplemente tener más presente. La clave era mantener las metas sencillas y accesibles, cosas con las que los niños pudieran conectar con alegría y sinceridad. Un niño quería mejorar en fútbol marcando más goles. Otro deseaba mantenerse más tranquilo en momentos de conflicto. Uno dijo: “Quiero ayudar a otros a aprender a leer en inglés”, mientras otro dijo: “Quiero ser más paciente con mi hermano pequeño”. No eran grandes transformaciones, sino intenciones suaves y cotidianas que daban a los niños una dirección y un sentido de control.
Para hacer este proceso aún más atractivo, invitamos a cada niño a inventar un personaje personal que representara su camino. Este personaje se convirtió en una especie de avatar lúdico para su crecimiento interior — un compañero creativo que podían cuidar, decorar y premiar. Algunos personajes eran criaturas mágicas, otros superhéroes, animales o seres imaginarios. Los niños los dibujaban, les ponían nombre y comenzaban a construir pequeñas casas o mundos para que vivieran.
Cada semana, los niños reflexionaban sobre cómo iba su personaje. Si notaban un momento en que habían actuado con más paciencia, amabilidad o valentía — o simplemente habían hecho su mejor esfuerzo — podían celebrarlo regalándole a su personaje una estrella, una pegatina o un nuevo detalle en su dibujo. Quizá el personaje ganaba un jardín nuevo, una ventana colorida o una herramienta mágica. Eran momentos lúdicos pero poderosos de autorreconocimiento. No medían su éxito en comparación con nadie más. Simplemente se sentían orgullosos de sus pequeños avances.
Reflexión y conclusión
Después de aproximadamente un mes estableciendo sus metas, nos sentamos con cada niño para una reflexión personal. Juntos, repasamos su intención y preguntamos cómo había sido el camino. Los niños pudieron evaluarse a sí mismos y recordar momentos específicos en que se sintieron orgullosos, cuando notaron que habían sido un poco más pacientes, o cuando hicieron el esfuerzo de intentarlo de nuevo a pesar de la frustración. Estas reflexiones, aunque simples, se volvieron increíblemente significativas. Les recordaron que pueden crecer, que sí progresan y, lo más importante, que lo notan.
Focalizándonos en lo positivo
La atención adulta suele centrarse rápidamente en corregir, disciplinar o gestionar el comportamiento. Es fácil olvidar lo poco que solemos detenernos a destacar lo bueno. Sin embargo, esta práctica silenciosa — ver las pequeñas victorias, celebrar el esfuerzo más que el resultado — es donde comienza el verdadero y duradero crecimiento. Para niños y adultos, aprender a reflexionar sobre lo que va bien es lo que construye confianza, resiliencia y alegría. Cuando este aprendizaje viene vestido de imaginación, amabilidad y creatividad, se convierte en algo que los niños llevan consigo — no solo por una semana, sino para toda la vida.



















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